En 1761 acuden a declarar ante el obispo dos esclavas negras que se habían escapado de un hombre que abusaba de ellas con un trato deshonesto. Sus nombres eran María Matías Phelipa de Jesús y María de las Nieves. Ambas eran esclavas de don Miguel de Ascanio, vecino principal de Caracas. El obispo de Venezuela, desde 1756, era don Diego Antonio Díez Madroñero, oriundo de Extremadura en la Península ibérica. Era conocido por su severidad contra las conductas libertinas que, según su juicio, abundaban en el territorio de su diócesis.
Ante este personaje se presentan las referidas esclavas. Explican que vivían en una casa de una hacienda, propiedad de su amo don Miguel de Ascanio, que éste tenía en el valle, junto a Caracas, que llaman de Sucuta (otras veces Suata en los documentos). Que con ellas vivían muchas muchachas y mujeres esclavas. Que el mayordomo de la hacienda era un criado de don Miguel de Ascanio, llamado Francisco de Ascanio.
Era frecuente en esos siglos que los vecinos principales de una ciudad poseyeran haciendas en las afueras, de las cuales, por la distancia, encargaban a un mayordomo. Éstos solían ser hijos naturales de los dueños o muchachos expósitos criados por ellos, aunque no siempre era así. Muchas veces se contrataba a una persona con la que no se tenía ninguna relación de parentesco para que se encargara de la hacienda, pero no era lo más usual. Entre las funciones de estos mayordomos estaba la de encargarse por completo de los asuntos de la propiedad: la producción, la casa, el mantenimiento; en síntesis, hacían las veces del dueño, incluso frente a los esclavos, quienes les debían obediencia.