Pocas crónicas tan hermosas como la de Arístides Rojas al narrar la festiva tarde de 1786 en la que un importante grupo de caraqueños, rodeados por la fresca arboleda de la Hacienda Blandín e inspirados por la música y la danza, después de disfrutar la buena mesa, probaron la primera taza del café cultivado en el valle de Caracas. Ya lo expresaron los sacerdotes en sus proféticas bendiciones: bendiga Dios al fruto fecundo capaz de deparar abundante cosecha; bendiga el arte que es una forma de entregar amor; bendiga a la concurrencia que asiste a la inauguración de una nueva época. Porque efectivamente se iniciaba un ciclo de grandes resonancias económicas, sociales y culturales: la Venezuela del café.
Ciertamente, 54 años atrás, Joseph Gumilla había sembrado café en la margen oriental del Orinoco, desde donde se extendió a las misiones del Guárico y el Apure. Por lo que respecta al Valle de Caracas, entre 1783 y 1784, los padres Mohedano y Sojo y el hacendado Bartolomé Blandín trajeron las semillas de Martinica y cuidaron el almácigo del que salieron los cincuenta mil arbustos
que poblaron sus haciendas en Chacao.