El terremoto del jueves santo, 26 de marzo de 1812, acaecido en Caracas y buena parte de las ciudades del interior de las provincias de Guayana y Mérida, afecta no sólo la infraestructura física de la naciente Confederación de Venezuela sino que además constituye la culminación de otras crisis que se han venido acumulando desde sus inicios. La estrategia y el desenlace militar –a cargo de Francisco de Miranda– tras el desastre nacional es el tema de las páginas que siguen.
Las arcas públicas vacías como producto de la emisión de papel moneda y la inflación resultante; las diversas disensiones y desencuentros entre los órganos del poder político entre sí y con las provincias de la Confederación, y la fidelidad monárquica solapada que pervivía en gran parte de la población, terminarán configurando un cuadro de crisis política y militar al que se sumarían tanto la propaganda religiosa a favor del rey, señalando el sismo como producto de un castigo divino, como las iniciativas de reconquista que se habían emprendido desde la ciudad de Coro y la provincia de Maracaibo. Por añadidura, las únicas tropas de la República, acantonadas en Caracas y en Barquisimeto, con entrenamiento y capacidad para enfrentar dicha amenaza, los batallones 1° y 3° de línea, habían sido destruidas por el terremoto.