Los sinsabores y las torturas del deshonor y la vergüenza

     Como bien ha señalado el antropólogo John G. Peristiany, “honor y vergüenza son la preocupación constante de individuos radicados en sociedades de pequeña escala, en las que las relaciones personales, cara a cara son de importancia capital, y en las que la personalidad social del autor es tan significativa como su oficio”. En efecto, como podrá verificarse en las páginas que siguen, la sociedad marabina de fines del siglo XIX prestó gran atención a los casos relacionados con la reputación femenina, la cual estaba íntimamente relacionada con la familiar.

     El 9 de septiembre de 1880, María Chiquinquirá Urdaneta, vecina de la parroquia San Juan de Dios de Maracaibo, demandó al joven Marcelino Carruyo por incumplimiento de palabra de matrimonio con su hija, Victoria Urdaneta. La matrona alegaba que su hija Victoria había sido seducida por el imputado, quien en sus encuentros amorosos la había dejado embarazada, sumiéndola en la desgracia. Por esa razón María Chiquinquirá expresaba que le era penoso “verme obligada a buscar en los tribunales de justicia la protección de la ley, para lograr el desagravio hecho en la honra de mi hija, quien por su fragilidad y candidez se encuentra grávida de Marcelino Carruyo. La vergüenza me anonada y mi corazón sufre el tormento moral que me causa la presencia de esa hija, a quien juzgo desgraciada e infeliz”. Para comprobar que su hija había sido seducida, María Chiquinquirá Urdaneta presentó varias cartas en las cuales Marcelino le declaraba su amor a Victoria; en una de estas misivas escribía el presunto seductor: “Para Victoria. De quien será tu fiel amante, tu esposo, tu consorte y quien será todo tu amor, para mí sois vos la luz de mi corazón”. Ante la contundencia de las pruebas presentadas y por mediación del tribunal, se logró un acuerdo entre las partes: Marcelino se comprometió a contraer matrimonio con Victoria al cumplir 21 años de edad, y a reconocer al hijo que aceptaba era de ambos.

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