Desde los inicios de la humanidad, siempre ha estado presente la aspiración de poder ejercer el control sobre lo que nos rodea. Es por eso que la práctica de la magia es tan antigua como el hombre. Ésta, desde tiempos remotos, le proporcionaba la ilusión de tener el poder de incidir en aquellos eventos que escapaban de su dominio, como los fenómenos naturales o las enfermedades. Aun con los avances técnicos y científicos, en las últimas décadas del siglo xix floreció una teoría acerca de los poderes insospechados que poseía la mente humana, según la cual ésta era capaz, por sí sola, de desplazar los objetos. El promotor de tal teoría, el ruso Alexander N. Alsakof, estudioso apasionado de los fenómenos psíquicos, bautizó esta facultad como telequinesis.
No era de extrañar el impacto que causaron estas tesis en la era decimonónica, durante la cual, se mostró mucho interés por los estudios de la magia, el espiritismo, el hipnotismo, etc. Al abrigo de estas inquietudes, se puso en boga, la representación en los teatros de espectáculos que ofrecían al público aquella magia que anhelaba ver, desde ponerse en contacto con sus seres queridos que ya habían fallecido, hasta presenciar un acto de telequinesis, como el que promovía la Compañía Nacional de Variedades John A. Ricardo en 1912, que se presentaba en un teatro de la ciudad de Maracay, la fotografía promovía el acto como Imposición de voluntad sobre los cuerpos inanimados.