La historia de un país
Desde 1810 estamos convocando elecciones. Es una tradición que ha vencido las más variadas adversidades. Dictaduras, guerras civiles, incluso importantes elaboraciones teóricas (como aquellas que nos condenaban a la “democracia directa” de un “césar democrático”), se han atravesado por su camino, y nunca hemos dejado de cumplir con el rito –que a partir de 1945 empezó a ser bastante más que eso– de votar. Algo en nuestros valores sobre lo que es y sobre lo que debería ser una república hay en los comicios que nos impidió renunciar a ellos. Algo que brota con toda su fuerza en la revolución democrática de mediados del siglo XX, que se extiende hasta hoy.
Por supuesto, la democracia no se reduce a votar, y si algo se le criticó a la que a partir de 1958 consolidamos fue su carácter, en muchos aspectos, excesivamente electoral. No han faltado quienes han clamado por una más “sustantiva” y menos “procedimental”. También el hecho de que en la última década hayamos batido un récord mundial convocando elecciones genera en no pocos dudas sobre la equivalencia que puede haber entre ellas y la democracia en sí. Pero es innegable que desde 1946, cuando se hacen las primeras elecciones universales y directas efectivas, sólo en ellas vemos los venezolanos un origen auténticamente legítimo para un gobierno. Los estudios lo demuestran una y otra vez: pocos países en el continente tienen una confianza tan grande en las soluciones políticas de tipo electoral.