José María Vargas, ícono de la civilidad venezolana y profesor universitario, desde 1826 va desarrollando una participación cada vez más notoria, tanto en el ambiente académico como en el de las ideas. Fue rector de la Universidad Central en 1827, director fundador de la Sociedad Económica de Amigos del País de Caracas en 1829, diputado ante el Congreso Constituyente de Valencia de 1830, y presidente de Venezuela a inicios de 1835, sin abandonar el ejercicio de la medicina (era cirujano y obstetra), el de la docencia médica o el de naturalista. Su labor a la cabeza del Ejecutivo nacional es el tema de las páginas que siguen.
Elegido en febrero de 1835 para suceder al general José Antonio Páez en la Presidencia de la República, el 8 de julio Vargas es derrocado por un grupo acaudillado por el general Santiago Mariño. Su elección implicó dejar de lado al sector de héroes independentistas y la emergencia de élites civiles ilustradas; los que no entendieron que la guerra había terminado, usaron las armas que tenían y que no estaban bajo la tutela del Estado en revoluciones reivindicativas como ésta, de las Reformas, denominada por Vargas en una carta personal como el “partido de las abjuraciones”.