La noche del 7 al 8 de julio de 1835 ocurría en Caracas la llamada Revolución de las Reformas, el primer golpe de Estado de la historia de Venezuela. El secretario de Guerra y Marina, en su Memoria presentada al Congreso de la República en 1836, lo describía como una “conspiración contra las instituciones” llevada a cabo por un conjunto de oficiales que, olvidando sus juramentos y deberes, había derrocado al gobierno constitucional.
En el siglo XIX, los golpes de Estado los daba el ejército permanente; en este caso, los sectores sublevados fueron los siguientes: el Batallón Anzoátegui y la compañía supernumeraria, los cuales guarnecían la ciudad de Caracas y eran señalados por el secretario como el foco más importante de la conspiración; tres compañías del Batallón Junín, que servían en la ciudad de Cumaná; la cuarta compañía del Batallón Junín, que servía en Puerto Cabello; un sector de la tercera compañía del mismo batallón, que servía en Valencia; un sector del Batallón Boyacá que también servía en Puerto Cabello. El fuerte de Puerto Cabello continuaba siendo, como en los tiempos del dominio español, el principal depósito de armas y municiones de la República. Ello explica que, a excepción del Batallón Anzoátegui que estaba en Caracas y las compañías del Batallón Junín que estaban en Cumaná, las demás fuerzas que desconocieron el orden institucional estaban en Valencia y Puerto Cabello.
La mala organización de la milicia en la ciudad de Caracas expuso amargamente a la capital de la República a las consecuencias de esta imprevisión cuando, el 8 de julio de 1835, dependiendo la seguridad de la capital íntegramente del Batallón Anzoátegui, quedó desguarnecida por completo sin poder acudir a una milicia organizada para su defensa. La situación en las zonas alzadas del interior del país fue, en cambio, inversa en lo que a la actuación de la milicia se refiere, ya que gracias a ella fue posible restablecer el orden público.