El aislamiento al cual estuvo sometido el Táchira por su ubicación geográfica condujo a un grupo de promotores sociales a buscar salidas oportunas y viables en razón del intercambio mercantil. Para finales del siglo XIX, y aún a comienzos del XX, San Cristóbal tenía mayor cercanía con Bogotá. Caracas era una tierra distante, desconocida, a la que se podía llegar luego de tres semanas de viaje. Aún en los años cuarenta, la prensa colombiana llegaba al día, vía Cúcuta, mientras que los diarios caraqueños se leían con tres y cuatro días de retraso. Todo esto hizo necesario la construcción de vías expeditas para el comercio de productos, la exportación del café y el contacto con el mundo.
Mas allá que de acá
El Táchira vivía encerrado en una especie de autarquía. Era una región sola, distante, en la que sus habitantes debían pagar tributo a Colombia y usar sus caminos para poder llegar a Caracas. Hombres como Manuel Antonio Pulido y José Gregorio Villafañe decidieron, luego del terremoto de Cúcuta de 1875, al ver cómo las mercancías venezolanas almacenadas en las despensas de esa localidad eran saqueadas, trazar los necesarios esfuerzos para hacer un camino propio, por el norte tachirense, buscando la conexión entre San Cristóbal, Colón y el Lago de Maracaibo. Contaron, desde agosto de 1888, con la participación de los jóvenes ingenieros tachirenses Luis Vélez y Román Cárdenas, quienes desarrollaron el trazado entre las localidades de Colón y Guamas. Advertían sobre la necesidad de colocar los puentes, sobre las quebradas La Blanca, Uracá y el río Grita. Descuajaron la selva a punta de machete, con la cooperación de novecientos campesinos liderados por un inmigrante corso, Juan Guglielmi Olivieri.