El movimiento del llamado “arte de compromiso social” emerge en Venezuela un poco antes de los años cuarenta del siglo pasado, con artistas como Pedro Centeno Vallenilla, Francisco Narváez, Juan Vicente Fabbiani y Armando Barrios, entre otros. Con la ambigüedad de esa calificación de “compromiso social” se incluían genéricamente obras de inspiración nativista y más o menos “costumbrista”, pero poco contestatarias y vagamente políticas. Esa corriente, más pictórica que escultórica, representaba una discrepancia en relación al modelo de paisajismo colorista que se había impuesto en Venezuela desde el Círculo de Bellas Artes, en 1912, porque introdujo o rescató el tema de la figuración.
En los años cuarenta apareció en Venezuela un grupo de pintores que promulgaba un “realismo social” o, más políticamente, un “realismo socialista”. No seguían el modelo del “realismo socialista” soviético, ni el del “realismo nacional-socialista” de la Alemania nazi (que eran casi idénticos), aunque del primero tomaron más tarde los principios teóricos, sobre todo los de Plejánov y de Stalin. Este grupo de la pintura socialista −o más exactamente, de los pintores socialistas, porque es difícil, por no decir imposible, que alguna pintura sea propiamente socialista− lo conformaron los pintores Héctor Poleo, Pedro León Castro, Gabriel Bracho, César Rengifo, Claudio Cedeño y Julio César Rovaina.