Después de dos años y tres meses en que imperó una enervante inquietud política se llega a esta situación real, esencial, verídica: Rómulo Gallegos electo por votación popular para presidente de la República durante el período 1947-1952.
Significa esa realidad que se está viviendo ante nuestros propios ojos, el comienzo de una de las pruebas más peligrosas porque ha de atravesar un hombre acompañado de su pueblo. La vida de Rómulo Gallegos tiene su eje central en un constante esperar su hora, su momento de acción, su minuto estelar. Que lo tenga en este presente ante sí es evidencia de que ha llegado el instante de las realizaciones. Que Venezuela entera −la Venezuela responsable, la Venezuela desinteresada, la Venezuela constructiva− tenga sus miles de pupilas clavadas en su gesto y en su pensamiento es otra prueba, es otra demostración, es otra certeza de que en Gallegos se cifra una esperanza de superación nacional, y más que nacional, de superación y humano equilibrio. Porque los que confiamos en la honestidad moral y en la sincera sobriedad de Rómulo Gallegos sabemos perfectamente bien que su tarea no estará rociada con el dulce néctar de la facilidad y el libre hacer. No. Como venezolanos, conocemos bien los obstáculos que los antivenezolanos pondrán en la ruta de cualquier gobernante progresista que fuese o no Rómulo Gallegos. Como americanos, estamos perfectamente enterados de que la posición del continente ante los conflictos universales es una de las más peligrosas que pueda confrontar organización alguna. Es decir, que Gallegos recibe el timón en hora de tormenta, en hora de desasosiego, en hora turbia de tiempo oscuro y amenazante. Y a Gallegos, con todos esos conflictos internos y externos, se le exige, le reclama su pueblo, lo reclama su propia trayectoria, que lleve a cabo una jornada política de efectividad. Gallegos, por lo tanto, merece recibir el apoyo noble, digno, lealmente desinteresado de todos los hombres de voluntad aún no empeñada.