Hasta las últimas décadas del siglo xix, el mercado de Caracas funcionaba en su Plaza Mayor –que por un acuerdo del Congreso de 1842 se denominó de Bolívar– frente a la Catedral. En ella, se apilaban gran cantidad de puestos donde se ofrecían los productos de la dieta acostumbrada. A falta de sistemas para la conservación de los alimentos, la compra debía ser diaria. Es por eso que el mercado debía funcionar todos los días.
Con el paso de los años, ya los vendedores eran tantos que desbordaban el espacio disponible con sus mercancías. Es así que comenzaron a instalarse varios puestos en las cercanías del convento de San Jacinto, circunstancia vista con indignación por los moradores del convento. En 1885, durante el gobierno de Antonio Guzmán Blanco, el mercado es trasladado definitivamente al antiguo convento de San Jacinto. En la imagen, vemos gran cantidad de gente de todas clases congregadas en torno a este importante es pacio, desde mujeres, niños, hombres, algunos de ellos vestidos con esmero, como los que podemos observar en uno de los laterales, justo donde estaban los vendedores de flores. Sobre el mercado de antaño recordaba Mario Briceño Iragorry que muchas veces detuvo sus pasos allí «para gozar la embriaguez del ambiente, saturado de la penetrante esencia de los claveles, los lirios, las azucenas de Galipán». También según su testimonio, el Mercado fue lugar de cita donde confluían varias personalidades a la «bien abastecida frutería de Antonio Natera, primera en utilizar refrigeración eléctrica, y donde era seguro topar diariamente con Gustavo Sanabria, don Manuel Segundo, Pedro Emilio Coll, Santos Jurado, Luis Alberto Sucre, Lope Tejera, el Dr. José Rafael Pérez, Julio Calcaño Herrera, Luis Correa, Juan Ignacio Aranguren, don Mariano Hurtado y tantos otros amigos», que allí acudían para degustar jugos de naranja, badea o tamarindo, o por el «ventrudo» aguacate guarenero.