El tácito derecho de arruinarse

     El juego es uno de los aspectos que distinguen la vida de los venezolanos y que llaman la atención de algunos viajeros que nos visitan en el siglo XIX. Esa vocación, al parecer asidua desde siempre, no es exterminada por el proceso independentista.

     Ante esta afición por apostar, el inglés John Hawkshaw, quien reside en el país entre 1832 y 1834 describe lo siguiente: «lo que yo consideraría el pecado nacional es el juego. Esta propensión afecta a todas las clases, desde los más altos dignatarios del Estado hasta el peón semidesnudo. Muchos de los obreros llevan dados en los bolsillos, y los he visto, después de recibir dos o tres meses de sueldo, sentarse en una manta extendida en el suelo, y en dos o tres tiros, perder la totalidad de sus ingresos. Esta desgracia les afecta bien poco; se levantan riendo, y al día siguiente vuelven al trabajo para ganar más dinero que gastar en la misma forma».

     Este entretenimiento que llama la atención del británico tiene antecedentes, según lo indica Francisco Depons durante su estadía en Venezuela entre marzo de 1801 y julio de 1804. Aún no se ha iniciado el movimiento independentista cuando Depons detalla sobre la intensidad que se tiene en el gusto por el juego: «Se engañaría […] quien dedujese que a los españoles no les gusta el juego; esta pasión los domina mucho más que a nosotros. Puede llamárseles con razón jugadores temerarios. Ni cuando ganan ni cuando pierden dejan ver señales de impaciencia o de placer. Las sensaciones que le produce la buena o mala suerte se les concentran en el alma. En realidad, sólo cuando juegan parecen despreciar el dinero. Hasta 1800 las autoridades perseguían los grandes jugadores, quienes para burlar su vigilancia se veían obligados a mudar frecuentemente de  punto de reunión y a no admitir entre ellos sino a los que formaban la partida. Pero desde hace tres o cuatro años, sólo los miserables son perseguidos, encarcelados y condenados en multa por causas de juego. Entre la gente distinguida se goza del tácito derecho de arruinarse unos a otros, sin que la autoridad intervenga en ello».

Deja un Comentario

Tu dirección de email no será publicada. Campos obligatorios *

*