Teresa Carreño es, sin lugar a dudas, una de las artistas venezolanas de mayor proyección internacional de todos los tiempos. Su interesantísima vida y la maestría de su ejecución pianística han sido objeto de innumerables escritos, tanto en el siglo XIX como en la actualidad. Sin embargo, una de sus facetas artísticas más increíbles y menos comentadas es la que se vio forzada a desarrollar en 1887, fecha en la que regresa por segunda vez a Venezuela. Las páginas que siguen nos refieren la historia de esta visita.
Teresa Carreño había venido a Venezuela en 1885, después de una ausencia de más de veinte años. En aquella oportunidad, la Carreño retornó a su país natal para dar varios conciertos en Caracas y algunas ciudades del interior. Venía precedida por una ya consolidada fama como pianista concertista gracias a la carrera desarrollada en Estados Unidos, Canadá, Cuba y Europa.
La visita de 1887 fue diferente, pues no venía ya como pianista, sino como empresaria. En efecto, Antonio Guzmán Blanco, para entonces presidente de Venezuela por tercera vez (el período conocido como “Bienio”, 1886- 1888), le había encargado la organización de la temporada de ópera de ese año cuando se despidieron en septiembre de 1886, después de su último concierto en Caracas. Teresa y su marido de entonces, Giovanni Tagliapietra, salieron de Venezuela en dirección a Nueva York e Italia, respectivamente, con la intención de contratar a los cantantes necesarios para la temporada de ópera caraqueña.