“Mira, yo creo que Picasso, en el fondo, es un mamador de gallo.” Tal era la opinión de quien, con su pincel, crearía la narrativa visual más famosa de la historia nacional. Las imágenes que concibió para decorar la Casa Natal del Libertador, en tiempos de Juan Vicente Gómez, vinieron a ocupar un vacío en torno al imaginario sobre la vida del Padre de la Patria que ni siquiera los grandes nombres de la pintura académica del siglo XIX pudieron llenar. Ni Tovar y Tovar ni Michelena ni Herrera Toro. El elegido por el tiempo y, claro, por el Benemérito, fue Tito Salas.
Tito Salas había estudiado en Europa, en la Academia Julian de París, con el célebre maestro Jean-Paul Laurens y consideraba que el pintor ideal debía “ser fuerte, ser un Hércules para pintar todo, para pintar metros y metros de tela donde haya campo para mostrar talento”. Para 1911, Salas ya había realizado el famoso Tríptico bolivariano para el Salón Oeste del Palacio Federal (hoy conocido como el Salón del Tríptico), el cual le había brindado una fama poco desdeñable en los círculos cultos. Incluso Rubén Darío, afamado poeta latinoamericano, diría de Salas a propósito de esta obra: “Tito, dignamente llamado embajador de la belleza, flor de la raza, y gloria de la Patria.” Y continúa: “¡Bravo mozo y bravo pincel! Tito Salas continúa una bella tradición; y con los estudiosos, los sabios, los pensadores, los escritores, los poetas, los artistas que forman el decoro de Venezuela, es también con los medios que Dios le dio, un libertador.”