Iniciado en la cultura clásica por los maestros que lo guiaron en su Venezuela natal, Bello tendría en Londres una oportunidad sin igual para profundizar en el estudio de la Antigüedad grecorromana. Finalmente, los frutos de sus profundos conocimientos en esta área brotaron durante sus largas y definitivas décadas de vida en Chile. Toda una vida impregnada por las culturas helénica y latina, las cuales habrían de servirle tantas veces como modelo, punto de partida o, incluso, de consuelo.
Cuando Andrés Bello obtuvo el grado de Bachiller en Artes por la Real Universidad de Caracas en 1800, hacía muchos años que en la vieja Provincia de Venezuela ya se estudiaban y se traducían los clásicos de Grecia y Roma. En efecto, aunque la presencia de los autores de la Antigüedad clásica en las bibliotecas de las primeras casas y conventos venezolanos está bien documentada, se reporta la creación de cátedras de latinidad y otros centros de estudio similares incluso desde comienzos del siglo XVII. Momentos estelares de este proceso fueron la fundación de la universidad caraqueña, en 1721, así como del Real Seminario de San Buenaventura de Mérida, en 1785, germen de lo que después llegó a ser la Universidad de los Andes. Ambas casas de estudio impulsaron definitivamente la cultura humanística en la Venezuela de entonces. Andrés Bello es, pues, al igual que otros tantos humanistas y pensadores venezolanos de los siglos XVIII y XIX, heredero de una tradición de estudio y reflexión sobre los clásicos grecolatinos cultivada por más de tres siglos en la vieja provincia colonial, y en especial en el Valle de Caracas. Dicen que a la muerte de quien fuera su maestro, el controversial sacerdote Cristóbal de Quesada, Bello se encontraba junto con él terminando una traducción del canto V de la Eneida.