El conjunto de obras públicas a cuya construcción se abocó el gobierno de Marcos Pérez Jiménez y para el cual no se escatimaron recursos, se destacó por su monumentalidad y por valerse de las tecnologías y la estética más modernas. Esta importancia concedida a la infraestructura y el urbanismo tenía unas bases ideológicas sustentadas –en ocasiones no sin contradicciones– en el Nuevo Ideal Nacional y en sus particulares conceptos de democracia y desarrollo.
Una de las premisas básicas de la filosofía del Nuevo Ideal Nacional se expresó en la frase: la modificación racional del medio físico y se materializó en la realización (y en algunos casos finalización) por parte del gobierno de un conjunto de obras que facilitarían el tránsito al anhelado progreso. De allí el cuidado y la importancia atribuida a la selección y construcción de las mismas, haciéndose énfasis en la calidad (los mejores talentos, recursos materiales y la tecnología más moderna) y en su durabilidad. Las obras se caracterizaron, entonces, por la celeridad en la construcción (basado en tres turnos diarios de trabajo, diurnos y nocturnos), el cumplimiento de las metas (se establecían fechas inapelables de culminación con base en el calendario de inauguraciones en diciembre de cada año) y la monumentalidad, lo cual le dio a las construcciones un sabor de modernidad y cosmopolitismo, aunque no siempre los voceros del régimen tuviesen criterios artísticos para juzgarlas, ni afinidades ideológicas para asumirlas, como se puso de manifiesto con muchos de los componentes del proyecto “Síntesis de las artes” de la Ciudad Universitaria de Caracas.