A la sombra del auge cacaotero y de la vigorosa actividad comercial con el Virreinato de la Nueva España y con la metrópoli, surge una pudiente clase mercantil y agricultora dispuesta a fortalecer su estatus social mediante la adquisición de títulos nobiliarios. Sus crecidas fortunas permiten el establecimiento de una nobleza criolla que será conocida como los grandes cacaos, pero el declive del comercio de la semilla y la guerra de Independencia sellan el fin de esta poderosa élite colonial.
A principios del siglo XVI el imperio español reunía bajo su dominio numerosas posesiones ultramarinas. De ellas obtenía oro, plata y piedras preciosas. La importancia de éstas descansaba en su capacidad para abastecer a la metrópoli de tan codiciados bienes. Es por eso que los territorios en los que abundaban los metales preciosos fueron denominados virreinatos y eran gobernados por un Virrey, mientras que en aquéllos en donde se extraía en menor cantidad se les denominó provincias. En el caso del espacio que hoy conforma el territorio de Venezuela éste estaba dividido en varias provincias: Caracas, Cumaná, Barinas, Maracaibo, Guayana, Margarita y Trinidad. Tal división se mantuvo hasta la creación de la Capitanía General en 1777, por medio de la cual se las unificó desde el punto de vista territorial, militar, político y administrativo.
El atractivo económico que en un primer momento ofreció esta posesión a la Corona española fue la explotación de perlas, pero una vez que esta actividad declinó la economía descansaría en la agricultura que hasta entonces había sido de subsistencia. Los productos que se cultivaban en estas tierras no eran tan apetecibles como para dar lugar a un comercio de importancia, ni intercolonial, ni con la metrópoli, y aunque se cultivaba el trigo, producto esencial en la dieta europea, no se hacía de manera intensiva.