El impetuoso amor de don Francisco Uzcátegui Mansilla por doña Magdalena Fernández Arévalo no concedió tregua a los obstáculos. De nada servirán las previsiones tomadas por la ultrajada familia, que debió enfrentar los cuchicheos, las vejaciones y las burlas de los habitantes de la muy moralista Mérida colonial. Ni el ocultamiento ni los implacables muros de la clausura desalentaron a tan ferviente enamorado. Finalmente vencerá el empeño. Los censurados amantes podrán contraer matrimonio y entregarse libremente a su pasión.
Una mañana de mayo de 1711, las esclavas cuchicheaban detrás de las puertas del barrio del Empedrao. Juana Narzaría, la esclava de las Fernández de Rojas, le contaba a María Trinidad, sirvienta de los Rivas, en la calle de la Barranca: “Sabe sumercé lo que pasó anoche con mi ama Magdalena”. “No mija, cuenta por Dios que me mata la curiosidad…”. “Pues don Francisco se llevó a la doña Magdalena a eso de la nona en las ancas del caballo…”.
El escándalo y la ignominia caían sobre el noble apellido de Ysabel, Catalina y Juana Teresa Fernández de Rojas, solteronas y niñas todas que se guardaban del que dirán, porque la zarandaja de su sobrina doñaMagdalena Fernández Arévalo se había casado y separado de su legítimo cónyuge. Pero no sólo era eso, el deshonor la alcanzaba por haberse enamorado perdidamente de don Francisco Uzcátegui Mansilla y los dos vivían en amancebamiento público.

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