La independencia de Hispanoamérica fue un proceso ecléctico, en el cual intervinieron, grosso modo, tres elementos: los intereses lugareños, la mentalidad tradicional y el pensamiento de la Ilustración. En la antesala del suceso fue determinante el peso de los primeros, debido a su presencia inmediata y a su antiguo establecimiento en las colonias. Los caballeros que se presentaban como voceros de la insurgencia eran sus criaturas principales. En el caso de los factores provenientes de la modernidad, pese a la trascendencia que tuvieron, representaban un ascendiente foráneo que debía ponderarse con cuidado.
Los argumentos de la burguesía y las noticias sobre conmociones contra el antiguo régimen jugaron un rol evidente. Tanto los autores como los episodios más famosos de Europa fueron manejados hasta la saciedad en los cenáculos opuestos a la monarquía. Sin embargo, las proposiciones y conductas de la clase media también produjeron reticencias, o franca repulsión. Así, por ejemplo: los discursos contra la fe católica, las propuestas de igualdad entre los hombres, la beligerancia popular y la violencia de las guillotinas. La clase que pensaba divorciarse de España se ubicaba en el peldaño más alto de la sociedad oligárquica, y su proyecto estaba en correspondencia con esa posición de vieja data. En consecuencia, necesitaban la formulación de un designio apacible que no pusiera en peligro sus inmunidades, sus ricas posesiones. Un programa como el que suscribían los extremistas de París, o las turbulencias de la sedición liberal, sólo atraían a los jóvenes del criollaje. Los dirigentes maduros mostraron cautela frente a un terreno tan resbaladizo.