Mientras los caraqueños se entregaban a los actos litúrgicos de la Semana Santa de 1812, se precipitó sobre ellos la fatalidad: una serie de movimientos sísmicos les sacudió la fe, conmoviendo también a La Guaira, Barquisimeto, San Felipe, y muy especialmente a Mérida. Pero otra ola de destrucción se ensañaba con los pobladores: las tropas de Monteverde arrasaban a su paso con todo ser viviente en su avanzada para reconquistar el corazón de Venezuela, Caracas, una ciudad que décadas más tarde mostraba aún las huellas de la catástrofe. Todo lo que existía como cierto en la Capitanía General de Venezuela se caía a pedazos hacia la segunda década del siglo XIX. Las referencias materiales y simbólicas con las que aquella sociedad se había sentido en orden y equilibrio durante unos tres siglos de existencia se derrumbaban, destruían, cuestionaban y sacudían como en un cataclismo. Literalmente todo se venía al suelo.