El proceso centralizador y modernizador impulsado por las reformas borbónicas, que privilegiaba al clero diocesano en relación con el religioso, propició la unificación e institucionalización de la Iglesia católica en los territorios del la actual Venezuela. Pero será la tenaz y paciente labor misionera la que contribuirá a echar las bases de la nacionalidad, y hoy numerosas poblaciones con nombres cristianos y de santos son huella perdurable de esta acción religiosa en los más remotos rincones de la geografía nacional.
Al concluir el siglo XVIII, y en los inicios de la emancipación venezolana de España, la Iglesia se encontraba en una situación próspera e influyente. El clero era abundante, con unos 347 sacerdotes seculares, casi todos criollos. A éstos se añadían los conventos y las misiones de las órdenes religiosas que en las diferentes ciudades y pueblos, y en las selvas, se dedicaban a evangelizar a mestizos e indígenas. Era una institución relativamente consolidada y autónoma y, al mismo tiempo, descentralizada y activa en los diferentes ámbitos sociales. En sus manos estaban los registros de nacimientos, matrimonios y defunciones; la propiedad y la administración de los hospitales, hospicios y cementerios; más de quince conventos y trescientos templos; los seminarios, colegios y muchas escuelas de primeras letras y gramática. La propiedad de innumerables bienes inmuebles libres de impuestos y los diezmos, que recibía a través del Patronato, le permitían mantener toda esta red asistencial y educativa que redundaba en favor de todas las clases sociales.