La máquina de escribir fue un revolucionario invento cuyos antecedentes se ubican en las primeras décadas del siglo XIX. Fueron muchos e incansables los intentos por parte de varios pioneros por crear un aparato para escribir que aliviara la tarea del escribano, transcriptor o copista. Hay quienes sitúan la primera de estas herramientas en época tan remota como 1714. Lo cierto es que los primeros modelos resultaron poco prácticos por lo voluminosos, pesados e incluso lentos, más que la escritura a mano. Después de décadas de ensayo, finalmente, la máquina creada en 1868 por Christopher Sholes y otros, sirvió de partida para que industrias como la Remington la perfeccionaran hasta hacerla factible (tal como la que aparece en esta foto). En la medida en que se extendió su uso, también lo hicieron los métodos de aprendizaje. Es así que surge la mecanografía, para enfrentar el reto de diseñar técnicas que justificaran el empleo de la máquina. Los esfuerzos se concentraron en volver al usuario de este aparato, tan eficiente y veloz como fuera posible. El método empleado de escritura al tacto, permitía al estudiante de mecanografía aprender a escribir sin mirar las teclas. Esto se conseguía después de un riguroso entrenamiento de los dedos. Se empleaban los dedos índice, medios, anular y meñique; el pulgar, sólo se utilizaba para el espaciador. Los instructores diseñaban sus propios procedimientos para fijar el conocimiento, como tapar las letras de las teclas o −como en la imagen− vendar los ojos a los alumnos. Por otra parte, se debe destacar que el boom de la mecanografía amplió el horizonte de empleos para las mujeres, ya que fundamentalmente fueron las féminas quienes se aplicaron con mayor esmero al aprendizaje y enseñanza de esta disciplina.