Esperando a Lindbergh

     El 29 de enero de 1928 arriba a Venezuela el piloto Charles Lindbergh, quien había ganado fama mundial por haber completado una hazaña: cruzar el océano atlántico sin escalas, desde Long Island en Nueva York hasta Le Bourgert en París, en 33 horas y 30 minutos de vuelo. El “águila solitaria”, tal como fue bautizado por los medios de comunicación, aterrizaría en el aeródromo de Maracay donde lo aguardaría el presidente de la República Juan Vicente Gómez y varios miembros de su gobierno. Sin embargo, poco antes de emprender el vuelo dirigió una comunicación a la legación de estados Unidos acreditada en Caracas para informarles que antes del aterrizaje, sobrevolaría la ciudad de Caracas para saludar “la cuna del Libertador”. Así lo hizo; a las 5:42 minutos de la tarde fue avistado su aeroplano, el Espíritu de San Luis –el mismo con el que atravesó el atlántico–, por los caraqueños que aguardaban en las calles, las plazas, las azoteas, en las colinas cercanas, el Esperando a Lindbergh Calvario, en la colina Cajigal, en la Planicie de la Escuela Militar… después de sobrevolar la ciudad a la más baja altura que le fue posible, prosiguió rumbo a Maracay. Al llegar, el general Gómez lo condecoró con la Orden del Libertador, y fue agasajado con una cena y un baile.

     Al día siguiente, en horas de la mañana, se dirigió en automóvil a Caracas. Donde sería recibido por el gobernador del Distrito Federal general Rafael Velasco. Nuevamente la multitud se volcó en la Plaza España y Colón así como en sus inmediaciones para esperarlo, ya que lindbergh se alojaría en el palacete destinado por el gobierno para sus huéspedes de honor, situado en esa plaza. Caracas se paralizó, los comercios cerraron, las ofi cinas públicas también; parecía que todos los habitantes de la ciudad estaban congregados en ese sitio. La prensa reseñaba que desde tempranas horas de la mañana cientos de personas se “apiñaban” cerca del lujoso albergue que le fue destinado al famoso visitante, hasta las ramas más bajas de los árboles cercanos sirvieron de balcón para que los más osados presenciaran mejor la llegada del piloto. Finalmente, na las 12:45 p.m., la concurrencia que esperaba por horas, paciente y emocionada vio llegar el automóvil que transportaba al héroe: ¡lindbergh! “Un hurra atronador” emergió de la multitud, y al salir del auto “una lluvia de fl ores lo envolvió”. Saludó con la mano en alto y luego entró a la Casa España, las aclamaciones que aún recibía lo obligaron a salir a los altos del palacete donde fue nuevamente ovacionado. Poco después se le ofreció un almuerzo en el Country Club, y en la noche, un baile en el Club Paraíso.

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