En los ochenta años de Doña Bárbara

     Acostumbrados a saberla grande, hemos olvidado su grandeza. Obra mayor de nuestro aporte a la novela, las nuevas plumas narrativas le han dado la espalda. Evaluándola más por lo que sus epígonos admirados quisieron de ella que por lo que ella misma significaba en nobleza de lengua y cultura, no se supo ver siempre lo que tenía de verdad y franqueza. Han hecho falta sus primeros ochenta años para comenzar a vislumbrar que no se trataba de un furor de local veneración lo que ha movido a tantos y tantos seguidores a considerarla un libro signado por la perduración.

     En estos ochenta años, desentendida quizá de los afectos de bien o de cualquier desafección desdichada, las Ediciones Siruela, con su habitual buen hacer y con su esteticismo de factual significación, acaban de publicar, en su colección “Tiempo de clásicos”, junto a Eugenia Grandet, Cumbres borrascosas y Las palmeras salvajes (de Balzac, Brontë y Faulkner), la obra cúspide del maestro Gallegos. El aporte de esta edición es enorme como homenaje y como llamado. El prólogo ha sido encargado a la escritora mexicana Carmen Boullosa y la lectura que alcanza tendrá desde ya que contarse entre las mejores exégesis gallegianas (no pocas y nunca suficientes). No puede pasarse por alto el hecho de que sea en España –de que sea España– lugar de la primera edición del libro (en Barcelona, ese tan marcado año de 1929), donde vuelve a editarse la obra en tonalidad festiva y con intención recuperadora para el lector de hoy (resulta fuera de lugar la situación de los que aún no la reconocen, como otrora hicieron algunos de nuestros escritores jóvenes, que necesitaban negarla para afirmarse, como Liscano señala punzantemente).

Deja un Comentario

Tu dirección de email no será publicada. Campos obligatorios *

*