Los gritos de horror en el cine

     Atadas a los rieles del tren o al potro de los tormentos, encadenadas al suplicio, enfrentadas a un monstruo de escamas y dientes afilados o atrapadas por el perturbador erotismo de King Kong o de cualquier engendro diabólico, las heroínas del cine gritan desesperadas, el rostro descompuesto, ojos desmesuradamente abiertos y miradas suplicantes invadidas por el horror. Durante el cine mudo ellas estuvieron condenadas a padecer semejantes sufrimientos porque eran seres pasivos, personajes secundarios: siervas o esclavas de Drácula aunque feroces como los lobos de Transilvania. Indefectiblemente, siempre han sido hombres los grandes personajes del terror: la Momia; el monstruo de Frankenstein; Larry Talbot, el desdichado Hombre Lobo.

     En 1935, en un empeño por humanizarlo, James Whale quiso que el monstruo de Frankenstein conociera el amor de una mujer de su misma estirpe y linaje. Del siniestro laboratorio del Barón Frankenstein surgió Elsa Lanchester, una novia para el monstruo: tensa, electrizada e impenetrable; con cabellos rígidos como alambres; un rostro, si se quiere, perfectamente hermoso para el regocijo del horror. El monstruo aparece, se le acerca; pero el grito de espanto que ella profiere cuando lo ve por primera vez (y que aún resuena en nuestros oídos) quedó registrado, en el cine de terror, como la desamparada evidencia de una relación sin futuro.

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