Hermanos en la fe, enemigos en la prédica

     El día 6 de marzo del año 1740, el misionero jesuita Bernardo Rotella se consiguió con una inesperada compañía, luego de terminar de oficiar la misa dominical en el pueblo de misión de Cabruta, asentamiento que había fundado a comienzos de ese año en las riberas del río Orinoco. El religioso relató lo siguiente: “al acabar de decir misa, me vi en gran consternación, fue el caso que al salir la gente […] reparó que este pueblo se hallaba cercado de un crecido número de hombres, todos armados, unos de fusil, otros de flecha” (A.G.I., 56-6-20).

     El grupo que invadía así Cabruta venía comandado por un religioso capuchino procedente de Calabozo, fray Vicente de Ubrique. Seguidamente, los misioneros acordaron una reunión. Rotella refirió así su encuentro con el capuchino: “Saludéle con cuantas demostraciones de cariño supo sugerirme la sinceridad de mi afecto, […] respondióme que venía en seguimiento de indios cimarrones y que su ánimo era cogerlos donde quiera que los hallase”. Ante esta pretensión, el jesuita contestó defendiendo su fundación, porque con antelación al hecho se había logrado un “compromiso” entre el obispo de Caracas, José Félix Valverde; el gobernador de Venezuela, Martín de Lardizábal, y los superiores de ambas órdenes religiosas, José Gumilla por los jesuitas y fray Salvador de Cádiz por los capuchinos andaluces. Según este acuerdo, se respetaría el trabajo misional de cada orden y no se solicitarían indios fugados. “A esta réplica no hubo más respuesta que diciendo no sabía de tal compromiso, pero, sin embargo, me entregó mis indios [guamos]”.

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