Tratado de vida elegante

     Decía Balzac en su Tratado de la vida elegante que el espíritu de un hombre se revela por la manera como maneja el bastón. Y para referirse al decorado, a la escenografía en el cine, George Annenkov en un amable libro de memorias titulado Vistiendo a las vedettes, de 1951, cita nuevamente a Balzac: “¡Basta cruzar el umbral para conocer a la dueña de la casa!” Una mala película es aquella que no toma en cuenta la presencia de los Tratado de la vida elegante objetos cuando cruza el umbral de la casa. Que se limita a recorrerla sin detenerse a contemplar, ver, mirar, tocar, acariciar los objetos que la cámara encuentra a su paso. Como si no importaran; como si nada tuvieran que ver con los moradores del lugar. Ocurre a veces en el cine venezolano, cuando la cámara, sin detenerse, barre con todo lo que se encuentra en su camino. Basta mencionar el ejemplo de La ventana indiscreta (Rear Window, 1954) de Alfred Hitchcock, protagonizada por James Stewart y Grace Kelly, para entender lo que queremos decir. El filme se inicia en silencio mientras a cámara recorre una habitación descubriendo aparatos y cámaras fotográficas, fotografías de sucesos y acontecimientos violentos; el retrato de una bella muchacha, una pierna enyesada y el rostro, finalmente, de James Stewart. Sin decir una palabra, Hitchcock suministra al espectador la  información necesaria para que entienda que se trata de un fotógrafo especializado en captar situaciones peligrosas; que tiene una novia y ha sufrido un percance que lo inmoviliza junto a la ventana. La cámara se ha movido sin prisa, observando y deteniéndose suavemente en los objetos que muestra. Lo hace así porque recorrer los espacios fílmicos sin establecer relación con los objetos, con el vestuario o los diversos elementos escenográficos, contribuye a banalizar las situaciones, a enrarecer la psicología de los personajes y a impedir que se produzca la atmósfera necesaria, el milagro estético, la comunicación.